lunes, 15 de septiembre de 2008

cuestión de tornillos

al final resulta que somos un montón de chatarra,
una misteriosa maquinaria que un día se puso en funcionamiento
y comenzó a moverse y a decir tonterías.
brazos, piernas, ojos, cerebros, articulaciones,
todos parecen seguir los designios de una manivela,
las instrucciones que llegan desde la sala de control:
ven aquí, haz esto, no digas aquello, come, duerme,
haz el amor, insulta, pon buena cara.
y miles de tornillos y tuercas y rodamientos
ejecutan las instrucciones que le llegan del gran controlador.

pero a veces alguno de esos sofisticados artilugios que llamamos seres humanos
pierde una pieza o es lanzado al mundo sin ella, por error,
y a la larga ese insignificante defecto acaba convirtiéndose en un problema,
porque de repente el ojo no mira, o la boca no dice,
o la mano no hace o el cerebro no piensa,
y ante la imposibilidad de devolverlo al fabricante
se arrincona simplemente o se oculta bajo el manto de la locura.

y así sucede que hay ciertos elementos incontrolados campando a sus anchas por el planeta,
con un riesgo evidente de entorpecer la marcha de los restantes aparatos,
y lo que es peor, tienen la suficiente autonomía para hacer o deshacer,
para decir o callar, para moverse o estarse quietos,
para soñar o disfrutar de detalles tan nimios como el aire, las rosas, los pájaros, los versos.

y ellos se conocen, se buscan, se protegen mutuamente de la muchedumbre que funciona según lo previsto;
hay algo en su mirada y en sus gestos y en la forma de expresarse
que revela esa falta, esa tara imperdonable que los hace ser distintos,
que los hace ser únicos, geniales, incomprensibles para el resto.

es cuestión de tornillos, de piezas con defecto,
de pequeñas carencias que los harán más grandes,
más libres, más sabios, más débiles incluso,
tornillos que se pierden tras un golpe, en la infancia,
o al volver una esquina o al saltar de la cama,
o al quitarse la ropa o al mirar casualmente a la luna.

es cuestión de tornillos que con golpes se van aflojando,
que se pasan de rosca al sentir la presión del silencio,
que se quedan bailando después de advertir un mal gesto.

es cuestión de tornillos,
de lágrimas de acero que un buen día
tuvimos el privilegio de ir sembrando por los caminos.

© Juan Ballester

1 comentario:

juan ballester dijo...

Escrito el 30 de agosto de 1999.