Cuando salgo a pescar no llevo caña
ni uso artificio alguno como cebo.
Únicamente el alma es lo que llevo
y la fiel soledad que me acompaña.
Cuando salgo a pescar nada me extraña,
ni encontrarme lo mismo, o algo nuevo.
Hay tanto por llorar, que no me atrevo
a alimentar el hambre de mi entraña.
Me asaltan mil detalles, pequeñeces
que no sé si son vida o si son peces,
que no sé si llevar hasta mi cesta.
Y cuando vuelvo a casa, insatisfecho,
dejo escapar las dudas de mi pecho
y un verso agazapado me contesta.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito el 10 de octubre de 2000.
Publicar un comentario