lunes, 29 de septiembre de 2008

los papeles rotos

sin querer vas descubriendo
que un montón de papeles inútiles van devorando tu casa.
papeles que se guardan por si acaso, por si un día,
por si tal vez, por si las moscas,
y esas moscas terminan por ser una legión que custodia cada palmo de la habitación:
una factura del televisor que compraste hace años,
un catálogo con las últimas novedades editoriales,
la dirección de una chica a la que no volviste a ver,
un recorte de periódico en donde hablaban del efecto invernadero,
una oferta de trabajo de hace tres meses,
una lista con los asuntos urgentes que tenías que hacer hace ya no sé cuánto tiempo,
una tarjeta postal que cogiste en una cafetería la última vez que te tomaste una copa,
un montón de hojas usadas sólo por una cara,
una papeleta para una rifa de cuyo resultado ni te enteraste,
las señas de un taller donde te cambian el aceite del coche por muy poco dinero,
una invitación para asistir a aquella exposición que tanto te interesaba,
un recorte del boletín oficial del estado con las modificaciones de la ley del irpf,
otra lista con la pirámide nutricional recomendada por la oms en su última asamblea,
otras señas de un individuo al que te comprometiste a visitar para pedir trabajo,
otro catálogo de novedades editoriales que recibiste el año pasado,
otro anuncio de periódico en donde ofrecían dos cachorros de pequinés a buen precio,
otra propaganda de una hamburguesería en donde tenían una oferta especial hasta fin de año,
otro extracto bancario en donde te anunciaban la rebaja de los intereses de tu libreta de ahorros,
otra factura de la farmacia de aquella medicina que compraste cuando te dolieron las muelas,
otra y otra de no sé qué seminario,
otra sobre un curso acelerado de internet,
otro teléfono en donde podías participar en un concurso televisivo que ya no se emite,
otra con la lista de las diez películas más vistas según datos de una academia cinematográfica,
una receta de cocina que pensabas darle a tu madre cuando fueses a verla,
un billete de tren que guardaste como recuerdo de aquel viaje inolvidable a alguna parte,
un artículo donde hablaban del alzheimer que estuviste buscando como loco hace dos semanas,
un resguardo del pago de los derechos por presentarte a una oposición a la que no te presentaste,
un poema fotocopiado que te entregó aquel tipo en el metro a cambio de unas monedas,
un fascículo suelto que regalaban con el periódico dominical,
el borrador de la carta que pensabas escribir al alcalde para protestar sobre las obras que hicieron en tu calle,
un minúsculo pedacito de papel con el nombre de aquel abogado que llevó la separación de tu primo,
otro de una tienda de pantalones vaqueros,
otro con la felicitación que te dieron tus antiguos compañeros de trabajo cuando te marchaste de allí,
otro con una fotografía de un paisaje nevado en laponia,
otro con qué sé yo, otro con sabe dios,
otro con anda mi madre, otro con pero qué es esto,
otro con ya me estoy cansando.

y los tiras, los echas al cesto con alivio,
pero lo que no sabes es que esos inútiles papeles ya han desparramado sus semillas en tu escritorio,
y mañana volverás a empezar
con un tímido apunte, con un calendario de bolsillo,
con un prospecto de algún medicamento,
con un cualquier cosa
que inundará de nuevo el breve espacio de tu cuarto,
de tu calabozo.

© Juan Ballester

2 comentarios:

juan ballester dijo...

Escrito el 17 de noviembre de 1999, tras hacer limpieza de papeles en mi escritorio.

Felisa Moreno dijo...

Cómo te comprendo. Soy de las que lo guardan todo y cuando me pongo a hacer limpieza puede aparecer cualquier cosa.

Me ha hecho gracia.

Un saludo
Felisa