domingo, 21 de diciembre de 2008

la lotería nacional

encendíamos el televisor en blanco y negro
y una música monótona y cargada de cifras llenaba la casa.
números, pesetas se iban enhebrando en un alambre
mientras tomábamos el desayuno en pijama o nos hacíamos la cama.
veintitrés mil doscientos cincuenta y ocho,
cincuenta mil pesetas,
cuarenta y un mil trescientos diecinueve,
cincuenta mil pesetas,
once mil cuatrocientos cincuenta y uno,
cincuenta mil pesetas...
todo olía a ese baile de minúsculos guarismos
mientras dos niños vestidos de hombre se inclinaban sobre el eje metálico.

nos parecía injusta esa desproporción entre los dos bombos llenos de garbanzos millonarios,
uno tan pequeño y ligero y el otro casi grotesco con su enorme barriga
de la que iban cayendo bolas como ventosidades tras una mala digestión,
pequeñas bolas de madera en donde reposaba la ilusión de miles y miles de seres,
cincuenta y siete mil dieciocho,
cincuenta mil pesetas,
catorce mil setecientos cincuenta y nueve,
cincuenta mil pesetas...

y por encima de esa lluvia, la voz eterna del locutor
contando las infaltables anécdotas de todos los años:
un gordo que salió dos veces,
la terminación más repetida en los no sé cuántos años de historia del sorteo,
el número más bajo agraciado con el primer premio,
el nombre de esos huérfanos vestidos de hombre.

de cuando en cuando se armaba un pequeño revuelo,
uno de ellos colocaba su mano sobre el alambre y se iba hacia una mesa
donde una serie de autoridades daban fe de que acababa de salir tal o cual premio mayor
y los niños repetían tres, cuatro, cinco veces esa típica musiquilla
mientras los flashes no dejaban de inmortalizar la escena.
y en seguida te enterabas de que
-
treinta y un mil seiscientos veinticinco,
no sé cuántos millones de pesetas
-
ese no era aún el gordo, sino un premio menor
vendido en mataró o en la administración número siete de dos hermanas,
y todo volvía a la normalidad,
a la monótona cantinela y al ruido de las bolas al dar vueltas en los bombos,
y luego esos niños vestidos de hombre se iban un poco tristes y entraban otros todo sonrientes
y notabas el cambio en el timbre de voz mientras los alambres se llenaban de premios,
de cientos de miles de pesetas engarzados como ristras de ajos
y durante algunos minutos no sucedía nada digno de atención,
lo que aprovechábamos para dar los últimos toques a nuestro aseo personal,
o para alisar las colchas
o para dejar a mano un montón de participaciones que mis padres habían intercambiado durante semanas con parientes y amigos,
y nos dejábamos adormecer por los sones de esa música cansina y navideña,
catorce mil ochenta y dos,
cincuenta mil pesetas,
veintitrés mil setecientos noventa y cuatro,
cincuenta mil pesetas,
y al rato uno de los niños vestidos de hombre volvía a poner la mano sobre el alambre
y crecía la expectación al oír la palabra "millones" como si dijese "fuego" o "peste"
y todos volvíamos a estar pendientes de ese número acabado en cinco
y de esos no sé cuántos millones que no sabíamos bien cuánto eran en realidad,
de ese número que luego resultaba no ser el gordo sino el segundo
vendido en la gran vía de madrid y en archidona y en mieres y en baracaldo
y más fotos y reacciones y sueños que aún tenían el consuelo del premio mayor.

y en el fondo todos deseábamos que apareciese ya esa bolita que tanto se hacía de rogar,
porque los niños vestidos de hombre iban desfilando poco a poco con caras de decepción
y el bombo pequeñito tenía ya únicamente un puñado de bolas mientras que el otro parecía intacto, repleto de garbanzos
y a veces nos levantábamos para beber agua o ir al retrete
con el monótono soniquete rebotando por todas las paredes de la casa
-
diecisiete mil cuarenta y ocho,
cincuenta mil pesetas,
treinta y un mil novecientos cincuenta y seis,
cincuenta mil pesetas,
setecientos nueve,
cincuenta mil pesetas...-

y de nuevo el sonido de las bolas girando
y un niño que se arreglaba la corbata de pajarita,
y el locutor que seguía refiriendo anécdotas,
hasta que por fin explotaba otro rumor de millones,
de no sé cuantísimos millones
y lo cantaban y lo cantaban y lo cantaban
y lo repetían y lo repetían y lo repetían,
y hablaban de manises o de hospitalet, según los años,
y se oían comentarios de desencanto en todos los hogares
-no llevamos ninguno acabado en siete,
ha tocado el reintegro en el de la tía fulanita,
al menos la salud que no nos falte...-
y apagábamos el televisor
pensando que otro año será, que en realidad no estamos tan mal,
que qué suerte tienen esos de barcelona.

luego la televisión empezó a verse en color
y pusieron también a niñas vestidas de mujeres
y aumentaron algo los premios,
pero aquí seguimos, jugando, soñando y despertando
porque mañana es día laborable y hay que volver a la dura realidad.

© juan ballester

2 comentarios:

juan ballester dijo...

Escrito en la madrugada del 22 de diciembre de 1999, antes de celebrarse el tradicional sorteo navideño. Trato en él de plasmar las impresiones y los recuerdos de la época en que lo veíamos por televisión.
Como todos los restantes poemas de este poemario, está escrito sin emplear mayúsculas.

Felisa Moreno dijo...

Un poema muy apropiado para el día de hoy. Suerte y Feliz Navidad.