Se quedaron mis labios como estatuas de sal
al volver la cabeza, al torcer la mirada,
se quedaron perdidos en silencio, en la nada,
recordando tu aliento, necesidad vital.
La noche tuvo entonces un contorno distinto,
un ángulo cortante, una luz presentida,
que me rasgó la boca como sangrante herida,
y me sumió de pronto en sordo laberinto.
Se me llenó la lengua de cristales de fuego,
de pétalos de rosa, de versos prematuros
que arrasaban relojes y derribaban muros
convirtiendo un ‘adiós’ en un simple ‘hasta luego’.
Un sabor agridulce, secreto y venenoso
se extendió por mis venas, se acurrucó en mis manos,
y soñé con tus ojos, horizontes cercanos
que el alma me quemaban como un caliente poso.
Y me dejé arrastrar por mis pies de madera
hacia el andén sombrío que nos dejaba ausentes,
mas los versos ya estaban bailando entre mis dientes,
y el otoño era ya como una primavera.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito el 27 de septiembre de 2004, en plena resaca sentimental tras un día maravilloso junto a quien meses después se convirtió en mi esposa.
Y por cierto, como hoy día 28 de marzo ella cumple años, sirva este modesto poema en agradecimiento por todo el tiempo que hemos pasado juntos.
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