No son seres humanos, son simplemente bestias
nacidas para el odio, para el luto y la sangre
que ocultos tras caretas, fingen ser como todos
aunque en su fondo lleven un veneno escondido.
Son seres nauseabundos, víboras repugnantes,
hijos de aquel Caín que les dejó su estigma,
sólo el dolor ajeno, la desgracia de muchos
parece alimentarlos, dejarlos satisfechos.
Son la mayor vergüenza de ese Dios que invocamos,
la basura que apesta nuestros amaneceres;
no merecen clemencia, no son dignos de lástima
a pesar de que a veces las leyes los protegen.
Masacres, atentados, mutilaciones, muertes:
es ése su lenguaje, su forma de expresarse,
y una mueca asquerosa, una sonrisa cínica
se dibuja en su rostro cada vez que lo logran.
Son pocos, pero muchos, siempre son demasiados
dispuestos a arruinar la flor, la luz, la vida,
a llevarse lo hermoso, a herir lo cotidiano
y a dejarnos a cambio la soledad y el llanto.
Pero no vencerán, no tendrán recompensa
ni podrán conseguir que callen nuestras bocas
porque siempre habrá un pájaro, un niño, una caricia
que les haga sufrir, que perturbe su sueño.
© Juan Ballester
nacidas para el odio, para el luto y la sangre
que ocultos tras caretas, fingen ser como todos
aunque en su fondo lleven un veneno escondido.
Son seres nauseabundos, víboras repugnantes,
hijos de aquel Caín que les dejó su estigma,
sólo el dolor ajeno, la desgracia de muchos
parece alimentarlos, dejarlos satisfechos.
Son la mayor vergüenza de ese Dios que invocamos,
la basura que apesta nuestros amaneceres;
no merecen clemencia, no son dignos de lástima
a pesar de que a veces las leyes los protegen.
Masacres, atentados, mutilaciones, muertes:
es ése su lenguaje, su forma de expresarse,
y una mueca asquerosa, una sonrisa cínica
se dibuja en su rostro cada vez que lo logran.
Son pocos, pero muchos, siempre son demasiados
dispuestos a arruinar la flor, la luz, la vida,
a llevarse lo hermoso, a herir lo cotidiano
y a dejarnos a cambio la soledad y el llanto.
Pero no vencerán, no tendrán recompensa
ni podrán conseguir que callen nuestras bocas
porque siempre habrá un pájaro, un niño, una caricia
que les haga sufrir, que perturbe su sueño.
© Juan Ballester
1 comentario:
Lo escribí el 14 de marzo de 2004bajo la estatua de León Felipe, en un parque madrileño, con motivo del brutal atentado del 11-M.
Trata acerca de esos seres nauseabundos que solo parecen ser felices sembrando el dolor y el sufrimiento en los demás.
El 29 de marzo de ese mismo año fue publicado en la revista Cambio 16.
Publicar un comentario