Hablemos de aquel beso que nos unió de pronto,
que llegó por el aire con un pan bajo el brazo
a romper las mordazas y llenarnos de versos,
a iluminar la noche con su sabor a antorchas.
Hablemos de aquel beso inocente, asustado
que vino en zapatillas a adornar nuestros labios,
llevándose el silencio de unas horas vacías
arrastrando a su paso la arena y la hojarasca.
Hablemos de aquel beso que nos nació en la boca
como una flor cortante, como un pez revoltoso,
de aquel beso que estuvo esperando su instante
mudo pero latiendo al ritmo de la luna.
Hablemos de aquel beso que nos abrió los ojos,
que nos llenó las manos de versos y ternura,
de aquel beso, aquel beso, con urgencia de andenes,
con miedo a lo infinito, con vocación de arcángel.
Hablemos de aquel beso que nos quemó la lengua
envuelto en el misterio de una noche embrujada,
hablemos de aquel beso, del primero, el más nuestro
que en secreto le ha dado un giro a nuestras vidas.
© Juan Ballester
2 comentarios:
Lo escribí el 28 de septiembre de 2008, dos días después del primer beso con quien hoy en día es mi esposa en el andén del tren que había de conducirme de regreso a Madrid.
Trato de reflejar lo que hubo detrás de aquel instante mágico, de aquel beso desesperado, de ese punto de inflexión que habría de cambiar una vez más el rumbo de mi vida.
Hay momentos que jamás se olvidan, aunque la vida y el destino hagan y deshagan a su antojo.
"La brújula hacia el sur" y "La ventana de abril" están demasiado vinculados como para deshojarse.
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