sábado, 15 de agosto de 2009

Impresiones de un viaje imaginario

Hace la tarde gris la digestión
llevándose de pronto, sin dar explicaciones,
esos trozos de tela en donde consta
mi nombre y apellidos,
mis datos personales,
las páginas guardadas que podrían
haberme permitido salvar a los fantasmas.

Me miran las ventanas
sabiendo que esta vez no tengo escape,
que tendré que quedarme con la sonrisa helada,
con los ojos comidos por la duda,
con las manos calientes de tanto escribir versos.

Es una sensación llena de alas,
algo como agarrarse a los espejos
y llenarse la boca de ausencia y de miradas,
y llenarse la piel de frío y de costumbres.

Suena la tarde a hueco
como la voz cansina del señor presidente,
como el beso que queda sin usarse
oculto en la recámara de una calle olvidada
de un barrio periférico
de una ciudad dormida en donde duermo
mientras ni los teléfonos se acuerdan de que existo.

Tengo la sensación
de haber desperdiciado una vez más
una ocasión magnífica
para dar de comer a los forenses.

© Juan Ballester

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