jueves, 4 de febrero de 2010

La ausencia de los trenes



Ya no hay trenes doblando nuestro futuro en dos,
abriendo precipicios en torno a nuestras bocas,
no nos duelen billetes ni gimen ventanillas
ni el paisaje se arruga allá en el horizonte.

No hay serpientes de hierro ensuciando los sueños
ni los zapatos tienden a ponerse de viaje,
los andenes son algo que ya huele a prehistoria,
las estaciones pierden de repente sus letras.

Los fines de semana llenan los calendarios,
las sobremesas saben a tu cuerpo y el mío,
las maletas vacías inundan los roperos
y las locomotoras silban inútilmente.

En nuestro diccionario ya no figura “adiós”,
“ferrocarril” ni “lágrima” ni “pañuelo” ni “vía”;
esas palabras huyen hasta hacerse recuerdo
de un tiempo en que los versos nublaban los cajones.

Ya no hay trenes robando nuestras tardes de otoño,
nuestros besos de azúcar, nuestros dedos traviesos,
ya no hay trenes, amada, que puedan separarnos
por mucho que los cielos amanezcan cansados.
© Juan Ballester

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