Cuerpo que no conozco, que a veces imagino
como un turbio pecado que ni a intentar me atrevo,
cuerpo hostil que me llama a pisar un camino
electrizante y nuevo.
Mundo que se me escapa sin haberlo probado,
que me tienta inconsciente al borde del abismo,
lleno de maravillas, tesoro no robado
con clamor y mutismo.
Vida que fluye mansa, feliz y cotidiana
sin sospechar siquiera del lobo que la aúlla,
sin saber que en las sombras hay un volcán que mana,
rugiendo que no es suya.
Sangre que se revuelve, que quiere arruinar todo
lo que con tanto esfuerzo el tiempo ha conseguido,
sangre que en vez de sangre es sólo fuego y lodo
y que acecha otro nido.
Boca que en el silencio de la noche está hambrienta,
que busca el alimento para saciar su instinto,
que se acerca a escondidas, casi sin darse cuenta
a ese ajeno recinto.
Mano que se apresura, que proyecta mil planes
nauseabundos, astutos, delirantes y extraños,
que desea en su mesa el sabor de otros panes
y el dolor de otros daños.
© Juan Ballester
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