domingo, 20 de junio de 2010

Poema sin ventana [sign on the window]




Una mañana más entro al despacho.
Una mesa marrón, diez mil papeles,
calculadora, lápices, armarios,
dos teléfonos, libros, una agenda,
un código de leyes tributarias,
un viejo ordenador
y material diverso de oficina.
Y la ventana... No. Que no hay ventana,
que es solamente un hueco
por donde ni siquiera entra la luz,
un hueco como el alma,
inútil y vacío,
un hueco que conecta con otra habitación,
donde no corre el aire,
donde no existe patio ni acera ni vecinos.


Yo no tengo ventanas.
No hay vida más allá de estas paredes,
no hay mundo al que salir,
ni siquiera el teléfono parece recordarme,
los papeles bostezan, y los rotuladores
yacen cabeza abajo, presagiando
una mañana más de aburrimiento.


No me quedan ventanas para verme por dentro,
no me quedan ventanas para poder volar,
no me quedan ventanas, ni siquiera me encuentro
con ganas de cantar.


Y los minutos pasan sin mirarme,
lentos, muy lentamente, como si fuera lunes,
y los papeles vuelven la cara, disimulan
y el ratón no se mueve desde hace media hora,
y el código de leyes tributarias,
abierto, me amenaza
con cobrarme intereses de demora,
y recargo de apremio
y exigirme un aval por el importe
de dos mensualidades de la renta.


Ya no tengo ventanas,
no tengo un corazón donde asomarme,
no tengo ojos ni boca ni orejas ni nariz,
sólo tengo un teclado en donde escribo
unos extraños versos cuando ya son las once,
unas raras palabras cuando ya son las once,
absurdas reflexiones cuando ya son las once.


No me quedan ventanas para mirar el cielo,
no me quedan ventanas para vestir de azul,
no me quedan ventanas, y por eso me hielo
metido en un baúl.

© Juan Ballester

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