domingo, 13 de junio de 2010

Yo me iré de este mundo

Yo me iré de este mundo con las manos vacías,
tal y como llegué, sin dejar huella apenas,
solamente una cama, dolor un par de días
y acaso, en un registro, algunas hojas llenas.

Es cierto, a qué negarlo, que hasta el más miserable
es enterrado a veces con honor de monarca;
yo no renuncio a nada, porque es hasta probable
que por error permita tal exceso mi Parca.

Y que se digan misas, y se pongan esquelas,
y se llenen las bocas de elogios sin sentido,
y que si esto y lo otro, y hasta se enciendan velas…
¡qué poco personaje para tan grande ruido!.

Pero tarde o temprano, lo quiera o no lo quiera,
el olvido pondrá sobre mi nombre un sello,
y abrazaré el silencio, lo mismo que cualquiera
pues tengo la certeza que no salvaré el cuello.

Y esto fue todo, amigos, como dijo el conejo,
y después, si resulta que lo de Dios no es trola,
deberé de enfrentarme al Supremo Consejo
y obtener mi visado o rodar como bola.

Y entonces, ¿qué diré?, ¿quién saldrá en mi defensa?
¿San Judas, abogado de causas peliagudas?
¿Mi madre, si está allá? ¿Los médicos? ¿La prensa?...
No llegará mi indulto, ni a pesar de San Judas.

Yo me iré de este mundo, rumbo hacia los infiernos,
lugar que no está mal, a no ser por el fuego,
y todos mis poemas, muertos en mis cuadernos,
esperarán en vano, pues ya se acabó el juego.

© Juan Ballester

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