Grité tu nombre, amor, y el viento quiso
repetirlo después por cada esquina;
lo dije por librarme de una espina,
lo eché a volar, lo alcé sin previo aviso.
Pronuncié esas tres letras, paraíso
donde mis sueños juegan, medicina
que me cura del hambre y la rutina,
que ahuyenta mi dolor cuando es preciso.
Y tu nombre sonó como un disparo,
como una bala en medio de la noche,
como el ladrido atronador de un perro.
Grité, incauto de mí, y lo pagué caro,
pues quedé a tu merced y hecho un fantoche:
tú para siempre imán, y yo de hierro.
© Juan Ballester
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