martes, 26 de agosto de 2008

Territorio enemigo

I

¿De qué color son tus ojos?
Del color de lo prohibido,
del chorro de las cascadas,
de las gotas de rocío.
No me he atrevido a mirarlos,
no sé cómo son, suspiros
tal vez, o acaso son peces
o quizá son sólo lirios.
Tus ojos, ¿qué son tus ojos?
Son mi perdición, mi alivio
cuando se tuerce la noche
y no estás, y tengo frío.
Pasas con una aureola,
con un no sé qué divino
y tus ojos, ay, tus ojos
yo ni siquiera los miro.
¿Son oscuros o son claros?
¿Son lagos o torbellinos?
Prefiero no darme cuenta,
apenas si los distingo
como una masa borrosa.
Además, me da lo mismo,
no se hicieron esos ojos
para un trovador indigno,
no se hicieron para un loco,
no se hicieron para un cínico.
Tus ojos son tan vez dulces,
no lo sé, yo no los miro,
probablemente son fuego,
perdición, lujo, martirio,
puede que tengan estrellas
o que escondan un abismo.
Pero yo no los conozco,
no sé cómo son, no sirvo
para enfrentarme con ellos,
ya que nunca serán míos.
Tus ojos... ¡Me pongo en guardia!
Tus ojos... Siento el peligro
correrme dientes adentro
como un toro embravecido.
¿De qué color son tus ojos?
No lo sé, no los he visto
cuando pasas a mi lado
radiante como un domingo.

II

¿Y tu boca? ¿Qué decir
del veneno de tu boca?
¿Qué decir de esa sonrisa
que cada tarde me azota,
que se lleva las tinieblas
de mi existencia monótona
y las convierte en ardillas,
en flores, versos, gaviotas?
Pero no, yo no sé nada
de esas curvas tentadoras,
no sé nada de esos labios
que desprenden suaves notas,
de esas dulzuras presuntas,
de esas carnes melodiosas,
no sé nada de los besos
que por sus bordes afloran,
no sé siquiera que tienes
labios, dientes, lengua o boca.
A veces oigo palabras,
escucho voces anónimas
como si fueran los cantos
de sirenas que me nombran.
Pero no pueden ser tuyas,
quizá provienen de otra,
o del viento, o de la lluvia
o de regiones remotas.
No puede ser tuyo el rojo
destello que me emociona,
el fulgor que me deslumbra,
el cáliz que me desborda.
No puede ser tuyo el trueno
que en mis oídos explota
cuando reconozco el tono
de tu voz entre las sombras,
ni el ruido de cascabeles
que por el aire se forma
al escucharte, al sentir
tu risa demoledora.
No, no puedo decir nada
de tu misteriosa boca.

III

¿De qué están hechas tus manos?
¿De qué están hechas? ¿De cera?
¿Son dos pájaros, acaso
que se entrecruzan y vuelan?
No lo sé, yo no me fío
de esas arañas de seda,
de esos manojos de flores
que huelen cuando estás cerca.
Nunca he cogido esos dedos,
ni los he rozado apenas,
ni sé si son naturales
o los producen abejas.
Tus manos no son tus manos,
son inquietantes mareas
que me bañan en dulzura
sólo con pensar en ellas,
son pinceles que decoran
mis tardes tristes y negras,
son dos tablas que me salvan
en medio de las tormentas,
son dos pistolas guardianas,
son el sol y son la arena.
Pero no las he tocado,
no he sentido su tibieza
porque mis grotescas garras
acaso puedan romperlas.
Tus manos... ¿Qué son tus manos?
Son dos finas herramientas
que trabajan, sin que nada
pueda quebrar su belleza,
que acarician, que conmueven,
que dan vida, que alimentan,
que se tienden generosas
cuando alguien llama a su puerta.
¿De qué están hechas tus manos?
¿De plumas, versos, estrellas?
No, simplemente, tus manos
de caridad están hechas.

© Juan Ballester

1 comentario:

juan ballester dijo...

Esta pequeña trilogía la escribí los días 8 y 9 de diciembre de 1999.
Es de los pocos poemas que he compuesto en versos octosílabos, metro que apenas empleo quizá porque su soniquete se me antoja demasiado fácil. Pero como al poema hay que dejarlo fluir libremente, a este se le antojó tener aspecto de romance.