Caer, caer de rodillas,
hundir las raíces en la tierra mojada,
que no haya un solo hueso
que no se sienta humillado.
Doblarse, doblarse hacia uno mismo,
claudicar del orgullo,
que no quede un músculo sin tensión
ni una vena sin abrir.
Mudarse, mudarse a cada instante,
desnudarse por dentro,
que no quede un solo pecado
sin confesión.
Gritar, gritar con el alma,
ensordecer el aire como un mudo,
con toda la garganta
como si mañana no pudieras decirlo.
© Juan Ballester
1 comentario:
Lo escribí en la oficina, una mañana aburrida e interminable del año 1995.
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