Me acordaré de ti
un veintitrés de mayo,
cuando el sol de la noche
me vista con sus rayos.
Un día no estarás,
no tendré ya tus ojos
para mirarme en ellos,
porque serán de otro.
Un aire de tristeza
recorrerá mis sienes
y seré ya muy viejo
entre cuatro paredes.
Pero me alegraré
un veintitrés de mayo,
cuando las flores hablen
y brinquen los caballos.
El tiempo habrá pasado,
seguiré igual de pobre
con los sueños a cuestas
y mi voz sin colores.
Escribiré otros versos,
amaré locamente
aunque en el fondo sea
un perdedor sin suerte.
Pero renaceré
un veintitrés de mayo,
cuando las aguas corran
y estén verdes los tallos.
Me encontraré desnudo,
con las manos vacías
buscando un imposible
que cure mis heridas.
Mi escaso patrimonio
se llamará esperanza
con la nada por techo
y el aire por almohada.
Pero diré tu nombre
un veintitrés de mayo
cuando la primavera
brille inmensa, sin fallos.
Tú estarás ya muy lejos,
yo sólo seré sombra
durmiendo en las esquinas
del llanto y la zozobra.
Pero tendré el recuerdo
un veintitrés de mayo
cuando, cuchillo al viento,
te pregonen los gallos.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito el 29 de enero de 2000, entre bocado y bocado, y la fecha se refiere al día del cumpleaños de la destinataria, una compañera de trabajo.
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