La distancia me deja dolorido
a merced de la noche traicionera.
Nada hay que me traiga a la memoria
el sabor de tus manos afiladas.
Mediocridad, exceso, despilfarro,
vidas huecas, efímeros placeres.
Todo es falso y fugaz como las nubes
que llenan de nostalgia las esquinas.
Qué lejos, ay amor, tu piel de acero,
qué lejos tus abrazos de anaconda.
Soy la astilla clavada en plena lluvia
que empapa de dolor la madrugada.
Me canso de esperar que no regreses,
de repetir la sangre de tu nombre.
La ausencia brilla hoy por los jardines
mutilados y grises del otoño.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito el 3 de octubre de 2000 en un hotel a las afueras de Vitoria, lejos por tanto de Madrid y de mi mundo cotidiano.
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