Volver a ese vacío que araña la garganta
cuando las tardes tienen el color de la ausencia;
volver, hacerse siesta, aflojar los sentidos
mientras las manecillas se disputan mi carne.
Puertas que no me esconden, paredes que me acusan
de arrastrar mi futuro por el barro y el lodo,
bombillas que delatan las grietas de mis manos,
luces que multiplican mis sueños sin tintero.
Volver a la rutina de un despacho callado,
de una ventana ciega, de una mesa olvidada,
volver igual que vuelven las palomas de antaño,
caerse como hojas marchitas de almanaque.
Volver y no decirlo, no poder desahogarse
a no ser por los gatos que humedecen el alma,
volver a ser de piedra, de madera, de humo,
volver a ser oveja perdida en la tormenta.
Volver una vez más, y son tantas, que duele,
que duele hasta la lengua rota por el silencio,
volver a ser lo mismo, un guarismo, un guijarro
que habrá de quedar pronto varado en el recuerdo.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito entre enero y febrero de 2006, con algunas alusiones al despacho donde lo compuse.
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