Hay un hombre en el parque que alimenta palomas
con un abrigo gris y barba de tres días,
no le importan las tardes ni húmedas ni frías
ni el montón de chiquillos con sus burlas y bromas.
Ese hombre carece de hogar y de amistades,
-la manta y la botella únicas compañeras-,
vive siempre en la calle, durmiendo en las aceras,
lo conocéis de sobra en todas las ciudades.
Junto a un banco se apilan todas sus pertenencias,
sabe Dios qué tendrá, con su triste destino,
tal vez algo de ropa, quizá un plástico y vino,
el bálsamo que suele curar muchas dolencias.
Pero sí tiene algo, tiene aún el consuelo
de ver esas criaturas emplumadas y fieles
que en las brumosas tardes salen de La Cibeles
y acuden a su encuentro remontando su vuelo.
© Juan Ballester
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