Éramos dos extraños encontrados
compartiendo el dolor de una vereda,
dos mendigos de amor sin más moneda
que el peso de los años extraviados.
Era testigo el parque solitario
de aquel primer encuentro, que tenía
una esperanza dentro, una alegría,
un raro bienestar que era al contrario.
¡Qué bullicio en la mente, qué alboroto
si nuestros pensamientos más profundos
intercambiaban vientos, mares, mundos!
Fue un despertar ardiente, un sueño roto
que como mil espejos se quebraba...
y un pájaro a lo lejos nos cantaba.
© Juan Ballester
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