Recuerdo aquella tarde.
Tras los cristales, gotas de lluvia resbalando,
recorriendo mejillas transparentes,
suavidades inmunes al dolor de mis ojos,
al dolor de mis sueños.
En esta parte yo
con el rostro escondido tras la máscara
de mi propia ignorancia,
con las manos sangrando algo así como versos,
fragmentos incoherentes de palabras
moribundas, cansadas.
De la otra parte, nada,
un abismo inefable, un precipicio
algo gris y marchito que algunos llaman vida,
felicidad, colores.
Recuerdo aquella tarde de mi invierno
en que pude haber muerto de tristeza.
Hoy he vuelto a encontrarla, agazapada
detrás de la puerta de un armario,
como si me advirtiera
de la fragilidad de las horas felices,
de las horas que un día
volarán hacia el sur cual golondrinas.
© Juan Ballester
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