miércoles, 28 de abril de 2010

Bajo la incierta piel de mis zapatos [let me die in my footsteps]



La ciudad era inmensa y sin embargo
ya no quedaban calles
bajo la incierta piel de mis zapatos.

Era uno de esos días
propicios para el vértigo,
en que los sapos salen a cantar sus canciones
y los mendrugos llenan los bolsillos
y hasta las moscas campan libremente, a sus anchas.

Era uno de esos días que parecen de plástico,
de esos que el calendario apenas los recuerda,
feos como una monja fumando un cigarrillo,
tristes como una novia en un juzgado,
grises como el cerebro de los acreedores,
que habría que canjearlos de inmediato
por dos de primavera.

Respiraba la ausencia a bocanadas
dejándome envolver por la rutina
de mi propio egoísmo,
mientras los automóviles rugían como fieras
y en todas las fachadas la frialdad se extendía
preludiando una noche de soledad y lágrimas.

Era uno de esos días con sabor a vinagre,
en los que queda el alma deshilvanada y sucia,
un día de cemento
para ingerir a trozos, con cuidado
leyendo previamente su manual de instrucciones.

Y allí, en cualquier esquina,
junto a un escaparate de medias o de cuadros,
junto a una papelera, detrás de una farola,
o sentado en un banco
o apoyado en el borde de una señal de tráfico,
miraba al infinito
sin otro patrimonio que unos pies doloridos
y una palabra a medias y un beso ya oxidado.

Y un gorrión alzó el vuelo llevándose una miga
sin mirarme, a lo lejos.

© Juan Ballester

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