Es difícil hallar una rima adecuada
con esa sensación de cansancio y de hastío;
tal vez porque los años, porque el dolor y el frío
tienden a encaramarse al borde de la almohada.
Es difícil rimar la soledad, la angustia,
ese algo indefinible que se adhiere a los dientes;
por mucho que lo niegues, si se secan las fuentes
hasta la flor lozana acaba estando mustia.
Es difícil pulir la palabra, la pieza
para que todo encaje y el universo siga;
difícil plantar cara al cardo y a la ortiga
que tratan de invadir el alma de maleza.
Es difícil dar pasos, triunfar, comerse el mundo,
caminar por la vida con la frente bien alta;
donde menos lo piensas, un desengaño salta
y el pozo que te engulle se hace oscuro y profundo.
Es difícil la rima con tanto verso herido
con tanto sacrificio, con tanta ilusión rota;
difícil cuando el tiempo en tus manos explota,
cuando los calendarios matan sin hacer ruido.
Porque, en suma, tus versos, hechos de carne y piel,
pulidos por la edad -lima que no perdona-,
habrán de ser escritos, de volverte persona
y llevarán tu firma, tu peculiar troquel.
Por eso, aunque la aurora te pese como plomo
y te duelan las tardes, y te escuezan las noches,
no te busques excusas, no imagines reproches:
tu vida ha de ser tuya, con su por qué y su cómo.
Así que has de escribir, de rimar cada instante
con la tinta invisible de tu propio trabajo;
siempre mirar al frente, nunca venirse abajo,
no importa que tu verso no resulte brillante.
Es difícil la rima, nadie lo pone en duda,
no podemos tachar, ni se admite el ensayo,
pues la vida es un soplo, es fugaz como un rayo,
sin manual de instrucciones, sin páginas de ayuda.
Pero que no se diga que pasaste de largo,
que te encogiste de hombros, que te daba lo mismo;
si luchas cada día no caerás al abismo
y el final de tu historia no será tan amargo.
© Juan Ballester
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