viernes, 12 de julio de 2013

Domingo de junio

La mañana me quema la sonrisa
al recordar de pronto
el imposible instante de tu cuerpo en silencio.

No se escucha ni un árbol,
ni una sombra, ni un verso,
ni siquiera el sonido callado del reloj.

Me asomo a la ventana
y no encuentro motivos para seguir despierto;
no hay coches, no hay aceras,
solo encuentro tus ojos que parecen
dos inmensos semáforos
que me impiden seguir buceando en tu rostro.

Ni un ruido, ni un indicio
de los besos prohibidos que juntos estrenamos,
de las palabras dichas sin hablarnos,
del manantial florido que nace entre tus muslos.

La mañana parece
una estatua de sal que se derrumba
despacio, lentamente.

© Juan Ballester

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