Mientras ellos estaban
bebiéndose la vida en un garito
y llenando de excesos otro lunes,
yo pensaba en tus labios.
Yo pensaba en tu cuerpo hundido en el mañana,
pensaba en los confines violentos de tu boca,
en la sed de tus manos,
en el pájaro hermoso que crece entre tus muslos.
Mientras ellos dejaban
su juventud colgada entre dos hielos
y rendían tributo
a ese dios con resaca que flota en los oscuros
pliegues de cualquier calle,
yo pensaba en tus ojos.
Yo pensaba en un tiempo con olor a manzanas,
pensaba en el secreto de tu lluvia constante,
y en el mar de tu alcoba
y en la flor de tu huerto
y en las páginas blancas que pronto he de escribirte.
Mientras ellos morían
en la ruidosa calma de una noche cualquiera.
© Juan Ballester
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Escrito en Vitoria el 3 de octubre de 2000.
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