lunes, 20 de julio de 2009

El libro antiguo

Caminando desde la acera apenas se adivinaba la existencia de aquel estable­ci­miento. Ni rótulo luminoso, ni cartel publicitario de ninguna clase. El escaparate, en­cla­vado entre una ferretería y la entrada a un portal, era pequeño y sobrio pero tenía sin embargo esa atracción que siempre ejercen los libros antiguos, viendo pasar el tiempo desde la quie­tud de sus páginas mientras las personas nacen, crecen, se repro­ducen y mueren.
Anselmo estuvo a punto de pasar de largo, sus largas zancadas y su prisa le hacían devorar kilómetros como si fueran gotas de agua. Por eso tuvo que frenar en seco para detenerse a curiosear tras aquel cristal en el que yacían añejos ejemplares de Eu­genio d’Ors, Zamacois, Valle-Inclán y Sáinz de Robles, entre muchas otras joyas biblio­grá­ficas. Las repletas estanterías prometían jugosas emociones, lo que le hizo cambiar completamente de planes y posponer para otro momento las gestiones ante la Junta Municipal de Distrito y centrarse en cambio en esas rarezas descatalogadas que eran su debilidad.
Tras unos instantes paladeando con la vista las portadas, se decidió a llamar al tim­bre. El encargado accionó el mecanismo y dejó que se abriera la puerta, que An­selmo franqueó con la misma ilusión que un niño rasga el papel de envolver los rega­los junto el árbol la mañana del 6 de enero.
En seguida se llenó los pulmones de ese olor a libro antiguo tan característico, y de una rápida ojeada fue delimitando los diversos sectores o secciones en que se agru­paban. Pasó de largo por la narrativa y se centró casi de inmediato en los volú­menes de poesía, en una de las esquinas del fondo, al tiempo que saludaba al librero, que miraba el reloj con cara de preocupación.
-Buenos días, ¿le importa que eche un vistazo? –preguntó Anselmo, a modo de saludo.
-Ya casi iba a cerrar –protestó el otro, que no parecía muy feliz con la llegada de un potencial comprador- ¿Busca algo en concreto?
Anselmo, lejos de incomodarse con aquella indirecta invitación a marcharse, se desa­botonó el abrigo y se dejó mecer por el calorcito del local y sobre todo por ese otro calor intangible que le proporcionaba rebuscar entre las estanterías. Se diría que allí dentro era otra persona, que perdía la noción del tiempo un poco contagiado por la quietud de los millares de páginas que le rodeaban.
El dueño o encargado o lo que fuese le fulminaba con los ojos. Apenas faltaban un par de minutos para las dos de la tarde, y ese intruso no parecía tener mucha inten­ción de salir de allí, sino todo lo contrario: husmeaba, peinaba con la mirada cada cen­tímetro, tocaba incluso algunos ejemplares para consultar índices o comprobar el as­­pecto in­terior de algunos libros. Seguramente apagando alguna de las luces el visi­tante se daría por enterado de que era hora de cerrar.
-¿Tiene algo de Sánchez Jaén? –se decidió por fin a preguntar.
El otro se levantó como un resorte, con cara de pocos amigos, como dando a en­ten­der que no sólo no tenía nada de aquel autor, sino que no tenía ya nada de ninguno.


-Pues no, lo siento –respondió con cara de satisfacción. Seguramente ahora ese cliente inoportuno se marcharía al fin.
Anselmo dio media vuelta, sorprendido ante la poca amabilidad de aquel sujeto, pero por esas cosas del destino, antes de salir su mirada voló hacia la estantería pe­gada al techo y allí lo vio, llamándole en silencio, con su lomo blanco y sus letras os­curas. Era el libro que buscaba hacía años, su libro favorito, ese con el que había soñado tantas veces.
-¿No es aquél de arriba? –comentó, sin poder contener la emoción y sin comprender muy bien si el otro le había mentido, o si no sabía ni la mercancía que tenía en su propio establecimiento.
-Ese no está en venta –atajó el librero, cada vez más fastidiado.
-Le doy por él lo que sea –insistió Anselmo.
-Ya le he dicho que no lo vendo. Y además tengo que irme a comer.
-Ya, pero es que quiero ese libro. Llevo años buscándolo.
-Lo siento. Tengo que cerrar. Vuelva otro día –el comerciante se mos­traba cada vez más áspero y agresivo. Pero Anselmo era tozudo.
-¿Qué problema hay en venderlo? Aquí parece un libro más, ¿no? En cambio para mí es muy especial, representa mucho.
-Espere un momento –el tipo por fin pareció dar su brazo a torcer. Se quedó mi­rando a Anselmo como si fuera un bicho raro. Y en verdad no dejaba de ser extraño que por tercera vez en apenas un mes alguien tratase de comprar aquel ejemplar de un poeta prácticamente desconocido.
El hombre se acercó al escaparate, accionó el cierre metálico, y a continuación echó el cerrojo a la puerta y corrió la cortinilla, no fuera a ser que por culpa de aquel entro­metido de última hora alguien pudiese deducir que todavía estaba abierto y se colase también a molestar con la excusa de echar un vistazo a las estanterías. Ya eran más de las dos y el horario de apertura era de nueve a catorce horas.
-Así que le interesa ese libro, ¿no?, precisamente ese. Tengo más de quince mil aquí dentro y se le antoja el único que no se vende.
La figura larguirucha y desgarbada de Anselmo pareció encogerse como la de un perro cuando ha sido sorprendido haciendo una trastada. El tono de voz del otro era ás­pero, impropio de quien se supone dotado del suficiente refinamiento y buen gusto como para regentar un negocio de venta de libros usados.
-Se lo dije, le advertí que no tenía ese libro -la mano de aquel tipo parecía buscar algo por encima de la mesa. Es como si de repente hubiera crecido, como si su recia figura se hubiese agigantado.- Usted se lo ha buscado.
Y levantando un enorme pisapapeles de hierro, lo dirigió con fuerza hacia el rostro de Anselmo.


Minutos después su cuerpo sin vida era arrastrado por los talones por aquellas re­cias ma­nazas rumbo al sótano, para hacer compañía a los cadáveres de los dos in­cautos clientes que días antes también habían cometido la imprudencia de pre­guntar por el mismo libro.

© Juan Ballester

2 comentarios:

Albert dijo...

esto es un plagio, ha leido el librero asesino de barcelona . miquel i planas
muchas gracias

juan ballester dijo...

Pues no, reconozco que ni he leído ese libro ni tenía constancia de su existencia.
Debe de tratarse de una coincidencia, pero procuraré indagar acerca de este asunto.
En cualquier caso, le agradezco la información.