(A Tico)
En tu viaje postrero hacia ninguna parte
ajeno a mi dolor del que ya me avergüenzo,
ibas, como una piedra, sin mirada y sin boca,
traicionado entre calles que escupían mi nombre.
Te arrastrabas, furioso, herido en lo más hondo,
perdido sin saberlo, a las puertas del cielo,
librabas la batalla final, la más terrible
contra quien fue tu amigo y ya era sólo tu amo.
Aceras, plazoletas, árboles, edificios
observaban la lucha desigual, despiadada,
los relojes marcaban con sus férreos puñales
la hora en que te hacías viento, polvo, recuerdo.
Y yo iba igual que Lot , sin apartar la vista,
sin atreverme incluso ni a pensar en la noche,
cuando tu aliento ausente no velase los sueños
y un trozo de nosotros muriese entre las sábanas.
Todos los perros eran un solo perro: Tú,
y en cada nueva esquina moría una esperanza,
mis ojos se anegaban, se llenaban de sapos
mientras inútilmente clamabas compasión.
Y después… ya la nada, ya el silencio en mis manos,
la miseria, la huida, las lágrimas, las sombras,
los objetos aún vivos que crueles preguntaban
quién mató la alegría de estas cuatro paredes.
s s s
Y ahora, mi pobre amigo (si es tu amigo este Judas),
brincarás jubiloso por el edén de perros
corriendo alegremente detrás de las palomas,
y sonriendo al ángel que juega a la pelota.
Y sé que, alguna tarde, cuando nadie te observe,
y añores esos tiempos en que fuimos felices,
regresarás a casa, a tu sofá, a la cama
y ocuparás tu sitio, invisible, entre ambos.
© Juan Ballester
ajeno a mi dolor del que ya me avergüenzo,
ibas, como una piedra, sin mirada y sin boca,
traicionado entre calles que escupían mi nombre.
Te arrastrabas, furioso, herido en lo más hondo,
perdido sin saberlo, a las puertas del cielo,
librabas la batalla final, la más terrible
contra quien fue tu amigo y ya era sólo tu amo.
Aceras, plazoletas, árboles, edificios
observaban la lucha desigual, despiadada,
los relojes marcaban con sus férreos puñales
la hora en que te hacías viento, polvo, recuerdo.
Y yo iba igual que Lot , sin apartar la vista,
sin atreverme incluso ni a pensar en la noche,
cuando tu aliento ausente no velase los sueños
y un trozo de nosotros muriese entre las sábanas.
Todos los perros eran un solo perro: Tú,
y en cada nueva esquina moría una esperanza,
mis ojos se anegaban, se llenaban de sapos
mientras inútilmente clamabas compasión.
Y después… ya la nada, ya el silencio en mis manos,
la miseria, la huida, las lágrimas, las sombras,
los objetos aún vivos que crueles preguntaban
quién mató la alegría de estas cuatro paredes.
s s s
Y ahora, mi pobre amigo (si es tu amigo este Judas),
brincarás jubiloso por el edén de perros
corriendo alegremente detrás de las palomas,
y sonriendo al ángel que juega a la pelota.
Y sé que, alguna tarde, cuando nadie te observe,
y añores esos tiempos en que fuimos felices,
regresarás a casa, a tu sofá, a la cama
y ocuparás tu sitio, invisible, entre ambos.
© Juan Ballester
1 comentario:
Escrito el 18 de marzo de 2008, un día después de llevar a sacrificar a nuestro perro "Tico" a la clínica veterinaria.
Está lleno de tristeza, de vacío y de culpabilidad, sintiéndome como un verdadero miserable por haber tomado una decisión que sólo podía conducir a su irreparable pérdida.
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