Este banco olvidado,
húmedo y quebrado,
de aspecto tan lamentable
es lástima que no hable.
Si pudiera, cuántas cosas nos diría,
cuántas anécdotas contaría.
Qué secretos guardará este asiento,
este banco oxidado y macilento,
cuánto descanso de vagabundos,
citas de trotamundos,
reposo del cansado,
soledad del marginado,
lectura del ocioso
o del estudioso.
Lleva en su espalda grabado
el mensaje de algún enamorado,
tiene signos de haber sido antes
cama para los emigrantes,
distracción de los gorriones
o reunión de ladrones.
Recuerda mucho a ese otro Banco
con su fachada de blanco
en donde se guarda el dinero,
pero a éste lo prefiero
porque es más entrañable.
¡Qué pena que no hable!
De cuánta vida será testigo
este buen amigo,
cuánto soñador solitario
se habrá sentado a diario
siguiendo una vieja costumbre
en su madera y su herrumbre.
Cuántas citas amorosas,
cuántas rimas, cuántas prosas
se habrán gestado en su seno
aunque esté de polvo lleno.
Y ahora, el Ayuntamiento
sin ningún miramiento
ha decidido mandarlo al desguace
para que otro le reemplace.
Pobre banco envejecido y feo,
ni siquiera te mandan a un museo;
tú, de aspecto tan arcaico,
tendrás final más prosaico:
tu asiento de madera
arderá en una hoguera
y tus corroídas barras
serán las reinas de las chatarras.
© Juan Ballester
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