Los gorriones se quedan, los gorriones no emigran,
cotidianos amigos que no siempre advertimos,
aunque sean los mismos que los que antaño vimos
no sabemos si sufren, enferman o peligran.
Los gorriones se posan sobre nuestra azotea,
están en la ventana, se comen nuestras migas,
probablemente anidan en escondidas vigas
y viven a diario su arriesgada odisea.
Entrañables vecinos de otoños y de inviernos,
alegría infinita de los parques y plazas,
cuántas veces los vemos sobre nuestras terrazas
y se asustan y huyen simplemente con vernos.
Mil gracias, pajarillos, muchas gracias gorriones,
criaturas heroicas y de aspecto indefenso;
vosotros sois sin duda, ahora que lo pienso,
motivo de alegría en nuestros corazones.
© Juan Ballester
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