Cuántas veces tu piel, como una alfombra
de estrellas, como un manto suave y tierno
puso un rayo de sol sobre mi invierno
y un ápice de luz sobre mi sombra.
Cuántas veces tu voz, la que me nombra
y mis pasos conduce hacia lo eterno,
convirtió la ansiedad de mi cuaderno
en un tropel de versos que me asombra.
Cuántas veces tus ojos, cuántas veces
transformados en agua, en mar, en peces
me dieron de beber mil fantasías.
Y cuántas, con el alma entre las manos,
los sueños que creí muertos, lejanos
llegan volando a acariciar mis días.
© Juan Ballester
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