miércoles, 10 de noviembre de 2010

El que espera

Él me espera entre la multitud,
con las manos en los bolsillos
-quizá fumando-.
Me mira a veces, cuando paso,
cuando caigo en el radio de acción de sus ojos,
cuando converso con otros.
Sabe que probablemente no nos conoceremos nunca,
que nunca intercambiaremos frases,
ni vivencias,
ni experiencias,
que acaso no tengamos casi nada en común.

Él no tiene prisa,
sabe esperar, nació para esperar
durante años si fuera preciso,
tal vez hasta el día de mi muerte.
Se conforma con poco,
con verme cruzar por delante,
con verme parado echando un vistazo;
y a menudo recuerda la primera vez
en alguna estación desconocida,
esa mirada de complicidad,
esa sencilla transacción,
ese paseo oculto hasta ponerse a salvo,
detalles y detalles que yo casi he olvidado,
pero él no.

Su vida es esperar, es esperarme,
sonreírme a su modo cuando paso,
cuando me detengo delante de la estantería
y escojo cuidadosamente uno
de los muchos volúmenes que se agolpan allí,
que levantan la mano y me silban
y me sonríen y me llaman
y se atusan el pelo o los bigotes
para estar más atractivos,
hasta que tengo forzosamente que elegir,
salvar a uno entre la multitud.

Él sabe que es difícil, a sus años,
que no es hermoso ni atractivo,
que no habla idiomas ni tiene conversación amena,
pero siempre sonríe cuando paso,
me llama a su manera desde el estante,
con las manos en la gabardina y fumando,
fumando siempre.

Él sabe que nunca tendré tiempo de leerlo.

© Juan Ballester

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