Para ir de compras sólo necesito
echarme en la cartera tus dos ojos,
tu sonrisa, tu piel, y por si acaso
un puñado de versos que describan tu rostro.
Ningún escaparate permanece
al margen de tus pasos y tu voz:
las maniquíes vuelven la cabeza,
los sombreros se inclinan, y cambian de color.
Los vestidos se amoldan a tu pelo,
los comercios se llenan de tu luz,
y las perchas me observan con envidia
queriendo que en tus manos las sostuvieras tú.
En los supermercados, cuando entro
abrazado a tu hombro, siento así
que hasta las coliflores se convierten
en pequeños renglones que van a hablar de ti.
En todos los pasillos hay indicios
de tu presencia viva, de tu piel:
las latas, los paquetes de legumbres
saben a ciencia cierta con quién paso, con quién.
Entre los detergentes o el pescado,
en la sección de vinos o en el pan,
en todas partes vas dejando huellas,
en todos los estantes te extiendes como un mar.
Y al pagar, las cajeras nos saludan
y las monedas bailan un fandango.
Hacer la compra tiene, si es contigo,
el encanto de un lunes festivo y sin trabajo.
© Juan Ballester
No hay comentarios:
Publicar un comentario