sábado, 7 de mayo de 2011

el reloj de las cuatro y diez


eran las cuatro y diez,
como en la vieja canción de aute.
no llovía, o al menos no lo recuerdo con precisión.
la ciudad dormitaba,
algunas callejuelas parecían no haber sido pisadas desde muchos días antes,
algunos escaparates parecían llevar allí inmóviles toda la eternidad
y miré mi reloj: eran las cuatro y diez.

yo no era nadie, apenas un intruso,
apenas un fragmento de la noche caminando a plena luz del día,
tal vez un sueño que se pegaba a la sucia corteza de las aceras,
quizá un pobre infeliz huyendo de sí mismo.
y eran las cuatro y diez.

las cuatro y diez en el alma, en los balcones,
en los vehículos alineados a ambos lados de la calle hasta perderse en el infinito,
las cuatro y diez en los huesos, en las papeleras,
en el libro de versos que llevaba en el bolsillo,
las cuatro y diez en el silencio de una tarde cualquiera.

eran las cuatro y diez en los palacios,
en las chabolas, en los hospitales, en los andenes del metro,
en mis manos vacías y en mi rostro sin máscara,
en mis viejos zapatos que medían palmo a palmo la ciudad.

el reloj de mi vida marcaba las cuatro y diez
y un pájaro en una rama cantó la soledad de mi sobremesa.

© juan ballester

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