Yo sé que te he hecho daño, que te sientes herida
por palabras mal dichas, por dudar de tus labios.
Sé que probablemente ha de cambiar mi vida
a causa del abismo que abrieron mis agravios.
Sé que pedir perdón a veces no es remedio,
aunque en las almas nobles el perdón es innato;
pues cuando el corazón se parte de por medio,
ese dolor perdura como piedra en zapato.
No puedo imaginar la vida si me faltas;
de tal forma has entrado en mis sueños, que ahora
de pensar que te pierdo, las penas son más altas,
el silencio es más duro y el tiempo me perfora.
En tus manos estoy, no te pido clemencia,
siempre fui un perdedor, y creo que he perdido.
Qué importa mi locura, qué más da la demencia,
el llanto me acompaña sin lágrimas ni ruido.
Me declaro culpable, y espero la condena
-a todos en su celda la justicia coloca-,
tu nombre ha de servir de bola y de cadena
susurrándolo en vano, hasta quemar mi boca.
Y cuando nada quede de mí más que unos huesos,
y unos magros pellejos que dar a los gusanos,
nadie sabrá que estuve añorando tus besos,
llorando por tus ojos y anhelando tus manos.
© Juan Ballester
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