Yo la miré, yo la miraba entonces,
la miraba fresca y sin contornos,
sólo eran dos pupilas entreabiertas
al fondo de unos ojos.
Y trepaba al son de la mirada
caliente que sin pausa se vertía
hacia mí; al ritmo constante
que unos hilos movían.
Hubo en tanto mirar un nuevo cielo,
una cascada de luces desangrada
gota a gota, silencio a silencio
como blanca sábana.
© Juan Ballester
1 comentario:
Lo escribí en enero de 1996 en el parque del Retiro de Madrid.
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